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sábado, 23 de mayo de 2015

Desde Saer




Anoche rompió el reloj, ahora se trenzó con el espejo
y miró acechando su sombra. Clavada la
mirada en el ojo de buey de la cocina,
escuchó el sonido del tren galopando sobre
los durmientes.
Eran más de las seis, nada perturba el silencio.
Recorrió uno a uno todos los sucesos que
no habrían de suceder, los hechos no
devenidos, lo ausente, la bruma que el puente
movedizo empujaba.
Tarde para ir a trabajar, por el reloj, tarde por
la sombra que derrama una pegajosa sensación.
A las cuatro no hay luz, tampoco ojos contro-
vertidos, no hay más testigos que los perros,
su mujer podría oirlo, y darse cuenta que
el vidrio que protegía el gran cuadrante en el
que los números romanos terminaban en unas
filigranas prolijas
, estaba roto y esparcido por
toda la casa.
Una vez, es eso simplemente, una única vez
en diez años, tarde es una huella, un estigma
que separa el bien del mal, que divide aguas
entre el buen puerto y el mal navegante.
Delicadas eran las marcas rojas de otro reloj,
impregnando con mal gusto un simple número,
pequeño pero rojo, chillón como diría la
patrona.
Marcas, huellas indelebles de significado
impredecible, aún así cruzó la puerta, buscó
su uniforme, se colocó el pantalón primero
con camisa al tono, tomó el arma y la calzó
con el cinturón.
Sin dudar se dirigió a la jefatura de personal
intercambió unas palabras con su jefe, salió
sin perder un segundo y caminó a paso
veloz hacia su área, encontró todo revuelto,
y su hoja de ruta no estaba.
Clavó la mirada en su compañero, lo increpó
duramente, insatisfecho aún, siguió la marcha
hacia el garage donde halló el camión de
su jefe, abrió la puerta y sacó las llaves de
los cofres que llevaba, las arrojó a metros de
allí en dirección al rio. No contento con esto,
abrió la gaveta del camión y sacó la documen-
tación del mismo, prolijamente la cortó en
pedazos pequeños y armónicos, que
diseminó sobre el montón de ceniza húmeda
que dos noches atrás había sido la hoguera
temblorosa que él mismo había encendido.

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