Cuando me pregunto quién soy,
pienso inmediatamente en mi origen,
o lo pensaba.
Eso me llenó de culpas
de interrogantes
de falsedades
de preguntas retóricas
o válidas
Viví mucho tiempo sin rumbo
caminando a contramano del sentido
sin notar que una corriente subterránea
me torcía hacia otro
destino.
Acumulé horas de diván
persistí en una búsqueda intrascendente,
luego de un duelo largo,
vi que aquello que me derretía,
eran sus ojos.
Sucumbía ante ella,
La que no tiene nombre
y mi alma estremecida de angustia
cedía a sus destellos.
Me desarticulaba de mi mismo
y vivía como el personaje del teatro,
día a día, noche a noche,
repitiendo una rutina
escrita previamente
construyendo desvíos de mí.
Ahora que puedo abrir mis ojos y mirar,
no la necesito,
su ser no me atemoriza.
Finalmente construí un antídoto,
me tengo a mí mismo.
Tomé mi propia mirada,
para saber que busco
y donde ir,
para eternizarme
en una noche de placer.
Para decir mí nombre,
no como aquel del origen bastardo.
Para escuchar mi propia voz,
diciéndome que hay un nuevo ser
esperando dentro mío.
Que puedo elegirme
Como me eligió el
texto en el que estoy
Mi nombre está allí,
en la orilla.
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